LA GRACIA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEA CON TODOS VOSOTROS.

AMEN.


BENDICIONES!!!

jueves, 17 de junio de 2010

UNA PARADOJA DE ALABANZA

UNA PARADOJA DE ALABANZA
Cuando el misionero Billy Edmonds visitó el sur del Sudán en el 2003, estuvo en una iglesia donde hacía muy poco tiempo habían sido crucificados unos cristianos. Un grupo de creyentes sudaneses lo abrazó y le preguntaron emocionados: "¿Cómo es la fe cristiana en los Estados Unidos?" El misionero bajó la mirada cuando les dijo que ésta no siempre es muy ardiente. "¿Están orando por nosotros?", le preguntaron sus hermanos de la iglesia perseguida. Esta vez, Billy no pudo contener las lágrimas. "No tanto", respondió. Transcurrieron unos segundos, y entonces habló un hombre. "Está bien", dijo. "Nosotros oraremos por ellos".

Sudán es una historia que no ha sido cubierta por la mayoría de los periodistas. Quizás la lucha en ese lugar ha estado presente por tanto tiempo, que no compite por los titulares de la prensa. Tal vez nos hemos vuelto insensibles a las alarmantes fotografías, o simplemente no queremos saber de más sufrimientos. Cualquiera que sea la razón, los pocos reporteros que cubren reportajes acerca del Sudán hablan casi exclusivamente de historias de calamidades. Pero hay otra historia del Sudán, una historia de victoria y de regocijo, tan auténtica, que refleja el carácter mismo de Cristo. Una historia de seres "atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos" (2 Corintios 4:8, 9).

Sudán es el país con más superficie territorial de África; en sus más de 2.5 millones de kilómetros cuadrados viven dos culturas profundamente divididas: los árabes musulmanes, en el norte, y los africanos cristianos, en el sur. Poco antes de que el país obtuviera su independencia de Gran Bretaña en 1956, estalló una guerra civil entre los dos grupos. La guerra continuó por más de 20 años, desplazando y oprimiendo a millones de personas. El gobierno del país, con sede en la ciudad norteña de Jartum, se apoderó de las escuelas y los hospitales misioneros e impuso políticas que obligaban al sur cristiano a adoptar no sólo la cultura y la lengua árabes, sino también la religión islámica. Para africanos que habían acogido el cristianismo, deshacerse de su fe en Jesús era un asunto de vida o muerte.

El malestar aumentó, y el presidente Nimeiry anunció el 8 de septiembre de 1983 que las leyes civiles del Sudán habían sido revisadas para hacerlas coincidir con la sharia (la ley islámica). Sus "Leyes de Septiembre" revelaban claramente su intención de convertir al Sudán en un estado árabe musulmán. Aproximadamente 1.9 millones de civiles fueron asesinados (el mayor número de muertos en cualquier guerra desde 1945), y más de 4.5 millones se vieron obligados a huir de sus casas. Un acuerdo de paz puso fin al conflicto en enero de 2005.

Aunque muchos sudaneses tenían la esperanza de que este acuerdo iba a detener la ola de violencia, el pesimismo continúa. La historia ha demostrado que las terribles consecuencias de una guerra persisten mucho tiempo después de que el conflicto ha terminado. Unas 17 millones de personas que viven en el sur del Sudán no tienen electricidad, cañerías o empleo. Aunque el territorio es rico en diamantes, oro y petróleo, la gente no tiene los medios para explotar estos recursos naturales. Y su pobreza extrema, debida principalmente a la opresión política, es perpetuada por profundas diferencias étnicas y religiosas.

Cuando Billy visitó por primera vez el sur del Sudán, quedó admirado de la determinación de la gente. "Quieren sobrevivir, no sólo porque la vida es preciosa", dice, "sino porque Jesucristo es precioso". De todas las cosas que caracterizan a los sudaneses del sur, lo que impresionó profundamente a Billy fue su fe. Hace poco trajo a cuatro de sus hermanos sudaneses a los Estados Unidos, para que pudieran compartir esa fe con el primer mundo.

Bullen Dolni, un joven de 21 años, de Numbri, ve en Mateo 28:19 un mensaje personal para su vida. "La Biblia dice que hagamos discípulos de todas las naciones", dice. "Hemos venido [a Estados Unidos] para compartir con ustedes nuestro gozo y nuestra felicidad en Jesucristo. Estamos aquí como discípulos. Ahora es el momento de hacer un impacto en el mundo para Cristo, a pesar de todo el sufrimiento y de toda la persecución que vivimos. ¿Por qué no nosotros?".

Cuando era tan solo un niño, los padres de Bullen fueron asesinados junto con todas las demás personas de su aldea. "Crecí en medio de la guerra, y lo único que conozco es la guerra", dice filosóficamente. "Mi vida no se diferencia de la vida de los demás sudaneses, que han perdido madres, padres, hermanos y hermanas. Pero mi vida está llena de los milagros de Dios. Cuando tenía tres años de edad, soldados milicianos del norte atacaron mi aldea y se llevaron a mi familia. En esos momentos, yo estaba en la casa de un amigo. Nuestras siembras y nuestras casas fueron quemadas, y mataron a todos los de la aldea. Regresé a mi casa y no había nadie allí. Entonces me puse a llorar. Mi abuelo, que era pastor en una aldea vecina, me rescató. Me ocultó de todo el mundo durante esos años. Vivíamos juntos en la selva con otros hermanos cristianos. Mi abuelo me enseñó el amor y la esperanza de Jesucristo. Me enseñó a confiar en Dios. Nosotros sabemos que nuestros hermanos y hermanas de los Estados Unidos no saben lo que está pasando. Pero al enterarse del sufrimiento que hay en el Sudán, tengo la esperanza de que nos ayudarán porque todos somos una sola familia". A cambio de esto, él ofrece su fe: "Los cristianos sudaneses pueden enseñar a los estadounidenses cómo confiar en Dios. Sobre nuestras iglesias han caído bombas que han matado a nuestros hijos, pero nos mantenemos firmes".

Andrew Mohaldis, un joven de Munri, vive con su padre, el pastor de la aldea. "Cuando yo tenía diez años de edad, recibí a Jesucristo como mi Salvador personal y mi Dios", dice. "Toda mi vida he vivido en medio de la guerra. Corriendo en la selva. Escondiéndome. Es difícil. Cuando recibí a Jesucristo, supe que Dios iba a ayudarme, porque para Dios todo es posible". Hay una luz visible en los ojos de Andrew cuando habla de su fe en Cristo. "Danzamos en medio de la zona de guerra", dice. "Nos reunimos debajo de los árboles para tener compañerismo y adorar a Dios. Tomamos la Biblia en nuestras manos y danzamos. Cuando oímos que se acercan aviones, todos los creyentes corremos y nos escondemos en cuevas. Después de que caen las bombas, danzamos y alabamos otra vez a Dios, porque Él está con nosotros. En el momento que se acercan los aviones, cantamos una canción que hemos enseñado a nuestros niños. Les da el valor para soportar en medio de la zona de guerra. En su lengua nativa, la canción dice:

Ayúdame, Señor Jesús,
Ven a estar muy cerca de mí.
Atiende la petición de tu hijo,
Porque tú eres fuerte y poderoso,

Andrew sonríe y cita su versículo favorito de la Biblia, Filipenses 4:4: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!"

Para Jeffreys Kayanga, un pastor de 51 años, nacido un año antes de que se iniciara la guerra, ésta se ha convertido en un modo de vida. Ha visto crecer sin escuela a dos millones de niños, y es un apasionado de la idea de enseñar diferentes oficios a su gente para que puedan ayudar en la reconstrucción. Ha dedicado su vida a enseñar su fe: "Mi padres eran cristianos, pero eso no me hacía cristiano", dice. "Cuando estaba en la secundaria, teníamos un estudio bíblico en nuestra escuela. Una tarde estábamos estudiando Isaías 53:5: "Por su llaga fuimos nosotros curados". El maestro nos explicó lo que hizo Jesús para nuestra salvación. Eso tocó mi corazón y recibí a Cristo como mi Señor y Salvador. Me hice pastor en un tiempo crucial, porque todos los pastores estaban en la mira del gobierno islámico de Jartum. A los pastores los capturaban y los mataban. Algunos eran enviados a prisión y torturados hasta la muerte. Había necesidad de pastores, y por esto tomé la decisión. Escuché el llamado que me hizó el Señor de servirle. Ruego a mis hermanos y hermanas de otros países que oren, pidiendo que el dedo de Dios pueda tocarnos en Sudán. Yo creo que si ustedes oran, escucharán decir a Dios: "Tú eres mi dedo, hijo mío. Tú eres mi cuerpo en la tierra".

Stephen Ismail es de la remota aldea de Lui. Es uno de los siete maestros voluntarios de una escuela primaria que tiene 500 alumnos. Vive en una pequeña choza de barro con techo de paja. Gran parte del tiempo lo pasa trabajando en su pequeña casa: le toma seis meses hacer la estructura, y debido a las termitas, el techo tiene que ser reemplazado cada dos años. Debido a que las condiciones son tan primitivas, aun las tareas más simples son un problema. La vida diaria consiste principalmente en acarrear agua y traer leña del bosque para cocinar la comida. Cualquiera de estas actividades requiere caminar hasta 20 kilómetros en cada sentido. Las mujeres cargan 15 litros en sus cabezas y en la temporada seca, hasta llegan a ser atacadas por abejas sedientas.

Por estar basada su subsistencia principalmente en el consumo de tomate, frijoles, sorgo, maíz y repollo, dependen totalmente de la lluvia. "No podemos irrigar las huertas", dice Stephen. "El año pasado, la temporada de lluvias terminó antes de lo normal. Se perdieron las cosechas, se nos acabó la comida y toda la población sufrió por la falta de alimentos. Ahora mismo, solo hacemos una comida a la semana. Es muy difícil, pero nuestra fe en Jesucristo es muy fuerte. Siempre nos reunimos para estudiar la Biblia y leer las Escrituras para animarnos unos a otros. Pero la necesidad de ayuda que tenemos es muy real".

El año pasado, Billy vio entrar al hospital de Lui a una joven. Con el fin de conseguir ayuda para su bebé enferma, había caminado durante dos semanas entre serpientes y leones, sin saber dónde podría conseguir agua a lo largo del camino. Pocos minutos antes de llegar, su bebé murió.

"Cada vez que vamos al Sudán, oímos la voz de los cantos", dice Billy. "El otro sonido que oímos es el grito de duelo en las noches, ya que cuando alguien muere durante el día, el duelo se hace de noche".

El 90 por ciento de la población depende de agua contaminada, y las enfermedades se propagan con rapidez. Una chica tiene más probabilidades de morir en un parto que de aprender a leer. Pero la gente del sur del Sudán es vibrante y llena de vida. A pesar de su pobreza, tienen mucho que dar. "Necesitamos a los sudaneses", dice Billy. "Son un modelo para nosotros de cómo es Jesús. Me enseñan fe. Caminan largas distancias, en medio de serpientes, para rendirle culto al Señor; sé de un grupo de hombres que caminó cerca de 130 kilómetros para asistir a una conferencia sobre misiones.

"Los sudaneses me enseñan el perdón. Están al tanto de la riqueza que hay en otros lugares, y de que no la hemos compartido con ellos. Pero nos siguen amando porque, para ellos, somos su familia. Me enseñan que Dios tiene el control. Cuando hablamos de las condiciones en que viven, saben que Él no les ha olvidado. Se regocijan de que Dios esté con ellos, y tienen un mensaje de esperanza de vida eterna".

Billy tiene un buen amigo llamado Herbert, a quien le encanta trabajar en su huerta. Cada vez que ve a Billy, le dice: "Quiero que ores por mi sembradía". El año pasado Billy preguntó: "¿Cómo está tu huerta, Herbert?" El enclenque hombre respondió: "Billy, estoy esperando que alguien que ame a Dios me dé la semilla".

Cada uno de nosotros tiene semillas en las manos, en la mente, en el corazón. Y tenemos una orden de Dios de darles uso. "No podemos permitir que las organizaciones humanitarias del mundo, que no tienen el corazón de Dios, hagan más que el pueblo de Dios en favor de los cristianos perseguidos".
Dios les bendiga.

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Isaías 43:1

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